Entre nogales
Es domingo, tienen el día libre. El sol se ha hecho hueco a través de las nubes que cubrían el cielo esta mañana, y abriéndose paso entre nogales, entra ahora por la ventana de la cocina mezclándose con el humo que desprende la paella que hierve en los fogones. Empieza a hacer frío y han encendido el fuego a tierra que va calentando el comedor y los muebles rústicos, a la espera de que los platos sean servidos en la mesa.
Acostumbrados a vivir en la ciudad, todavía no se acostumbran al silencio de este lugar que les parece un refugio al que nadie más que ellos puede acceder. La armonía que les muestra la naturaleza es tal y como la imaginaban. Todo forma parte de un todo, nada es sustituible. Si una pieza falla se pierde la estabilidad y todas van tras ella. No lo dudan, se sostienen, se amarran a la tierra, se equilibran, se adaptan.
Ya que el día ha aclarado, van a salir a dar un paseo en la calma de la tarde, a pasear entre nogales y a dejar que les envuelva la paz que les faltó.
Se conocieron tarde, y entre lo mucho que no sabían había dos cosas que creían saber. Querían tener hijos, y querían vivir en la montaña, pero los hijos se les hicieron cuesta arriba, y la montaña quedaba a lo alto.
Aunque lo intentaban, los hijos no llegaban. Entre una cosa y otra, se les hizo aún más tarde, hasta verse adentrados en una vida que no acababa de convencerles, pero que seguía siendo la suya. Pasaron tiempo andando de puntillas sin subir la mirada del suelo. Tenían miedo de tropezarse, de mirar demasiado lejos y ver lo que no tenían. De ver que la vida les seguía esperando.
Sus vidas se movían entre algo que creían que tendrían y no tenían, pero aún así deseaban tener. La felicidad no les acababa de convencer. Les faltaba algo, por más que querían les faltaba algo.
Se cogían de la mano para sentirse acompañados, pero el resquemor no les abandonaba. No se veían con fuerzas de levantar la vista a pesar del dolor de cervicales que les provocaba ver, como un paso se colocaba delante de otro, y nada podían hacer por detenerlo ni por cambiarlo.
Cuando volvían a su piso se relajaban un poco más. Allí ellos sabían de que hablaban y a veces incluso parecían llegar a comprender que otra vida era posible.
Con el tiempo, cómo con todo, sus cuerpos se fueron amoldando a pesar de que algún sueño se quedara por el camino. Se miraban y se sentían mejor, pero el sol todavía no se colaba por las ventanas de su piso de ciudad.
Se sorprendían al ver que poco a poco podían alzar la vista e ir mirando al horizonte. Cuánto más miraban al frente, menos les dolía la espalda y más se reconciliaban con la vida, que aún les esperaba con nuevos sueños. Con nuevos caminos por andar, con nuevas alegrías que sentir.
Llegaron a algo que parecía un entendimiento con ella, y cómo por arte de magia, se fueron concibiendo proyectos distintos que no habían pensado ni imaginado.
No tienen hijos, pero acaban de mudarse a una casa entre nogales y el sol les entra no sólo por la ventana de la cocina, sino por todas las ventanas de su hogar. Y no únicamente el sol, también les acompañan las ardillas que se cuelan en su jardín para sembrar las nueces que acumulan en sus mejillas.
Nueces que ellos también recogerán para elaborar sus dulces de domingo.
Esta tarde tienen invitados.
2 thoughts on “Entre nogales”
Sería muy bueno dejar que el sol entrara por todas partes y vivir la vida que queremos. Podemos hacerlo. ☺
Ahí vamos, aprendiendo un poco cada día! Feliz semana! 🙂