Huyendo a toda prisa
Hemos salido huyendo a toda prisa de algún lugar que desconocemos. Salíamos dispuestos a correr, a darle al cuerpo el movimiento que no le hemos concedido en todo el día. Los brazos acompañaban el rápido ir y venir de las piernas, hasta que nos hemos dado de frente con el mar.
Su quietud se ha encargado de encaminar nuestras manos a los bolsillos, y frenar el ritmo de nuestro andar, hasta que un pie se veía obligado a esperar paciente a que llegara el otro, para alzarse hundiendo su huella en la arena, dejando la marca que nosotros dejamos en el mundo.
Queríamos salir corriendo, pero nos ha atrapado el sol reflejado en la calma del mar y de nuestros pasos.
Aquí la vida es otra, las prisas están en algún lugar, pero desde luego, no en este. Nos cruzamos con gente que nos sonríe con la mirada, porque nuestras bocas están tapadas. Desconocemos su nombre, de dónde vienen, ni de qué huyen, pero sabemos qué hacen aquí.
Venimos en busca de tranquilidad, de encuentro, de sanación…
Buscamos dónde quedarnos, cansados de ir y venir. Pensábamos que la vida era algo más estable, más de estar frente a un fuego a tierra, que de un escapar de la oscuridad de las sombras. Más de absorber el calor, que de mostrar tanta frialdad.
Queríamos algo más tranquilo hasta que empezamos a descuidarlo todo. Ahora no encontramos ni una cabaña que nos permita refugiarnos de las tormentas. Lo conocido ha dejado de existir, para dar paso a lo imprevisible.
No sabemos demasiado, más allá del lugar en el que estamos. Vamos frente al mar porque nos parece que aquí, a menos desde esta orilla, podemos levantar la mirada, sin preguntarnos qué ha pasado. Qué hemos hecho con lo que teníamos y qué podemos ofrecer con lo que ha quedado.
Nos lavamos las manos en el agua salada, para que sea el mar quien se encargue de llevarse hondo el remordimiento y la mala conciencia, de lo que no nos vemos capaces de arreglar.
Ante esta aparente quietud, parece que por un instante, podemos dejar de luchar por llegar a algún lugar. Por salir a toda prisa de un camino que nos asusta y adentrarnos en algún otro que nos impresiona por igual.
Hemos salido raudos pero es hora de volver. Que hay que intentar arreglar lo destruido. Hay que plantar semillas haya donde hemos arrancado árboles, hay que limpiar aquello que hemos ensuciado, resguardar lo que hemos dejado bajo la intemperie, y dejar en libertad lo que hemos enjaulado.
Nos apropiamos de lo que creemos nuestro, de lo que es de todos y lo que no es de nadie. Descuidamos el respeto, y ahora hay que salir a dar la cara sobre un escenario sin luces, sin calor, y sin público.
Es hora de sacar las manos de los bolsillos, agacharnos a coger un puñado de arena, y llevarla donde haga falta. Donde un granito de ella, sea infinitamente más importante que salir huyendo a toda prisa.
El mar acerca el agua hacia nuestros pasos, y ahora nos toca alargar el brazo para llegar más allá de nosotros.