Hecha un ovillo
Es tiempo de despertar con el cuerpo encogido y hecha un ovillo. Así me protejo de la brisa que se cuela por las ranuras de las persianas, todavía entreabiertas. Sostengo la sábana bien agarrada en el pecho con las dos manos, y los pies se rozan entre ellos para darse calor.
Me gusta esa sensación. Incluso el leve dolor de garganta que empieza a asomar, junto con el frescor que se desprende del ambiente, cuando el cielo se prepara para aclarar, y el viento hace chirriar los toldos oxidados de los balcones.
A pesar de la brisa, el entorno despierta cierta calidez. Sonrío entre las sábanas blancas y apuro el momento, antes de que mi cabeza se active, y empiece a recordarme todo lo que nos propusimos hacer hoy.
La tregua será corta, así que hago el ovillo un poco más pequeño antes de desperezarme.
Me levanto una mañana más, dispuesta a ofrecer la mejor versión de mí. Por suerte, los días me dan para varios intentos, y yo pruebo de aprovecharlos todos. Aunque sea por insistencia, en alguno lo lograré.
Me pongo a trabajar. Me arremango, sudo, me afano. Descanso. Vuelvo. Sigo todas mis rutinas, respondo a todas mis tareas, y por el camino, intento que no se me olvide sonreír. Ni sonreír, ni disfrutar.
El atardecer, ya en casa, me pilla exhausta.
Me siento en el sofá, a contemplar el rojo intenso de la primera puesta de sol del otoño, que se filtra por la ventana, justo en el momento en que abres la puerta.
El color del atardecer se cuela también en tu mirada, a la que jamás parece apagársele la ilusión. Te miro y siento que en mi interior se despliega un paisaje que no sabía que existía.
Me miras, y cada flor de ese campo se carga de ser, y resulta que tampoco sabía que cabía tanto amor en mí.
Ni que mañana, cuando despierte el ovillo en el que me habré transformado, no podré más que levantarme lista para ofrecer, ese amor que es mío.
Que habré necesitado de ti, para saber que existía en mí, y de la misma manera, tal vez otro necesitará que se lo muestre, para verlo en él.
Y así, soñar mientras aprieto la sábana contra mi pecho, que entre todos formamos un círculo perfecto, que cada vez es mayor, y que lo llenaremos de pompas de jabón que dejaremos que se lleve la brisa al amanecer.