La ira

La ira

La ira representada por el bostezo de un león.

Cuando somos jóvenes, pensamos que contamos con toda la información que necesitamos tener para actuar. Todavía creemos, que la ira, como cualquier otra emoción que sentimos, vienen dadas por los sucesos del exterior.

Luego, cuando nos queremos dar cuenta, han pasado unos cuantos años de aquellas decisiones, y damos con la convicción de que cuanto menos, nuestra información, cojeaba. De que algo tenemos que ver, con todas esas emociones.

Ahora nos pensamos que sabemos mucho más de lo que hemos sabido antes, y quizá sea así, pero esta vez, ya podemos intuir que en un tiempo, nos seguirán pareciendo cojas, las determinaciones de hoy.

Nos cuesta responsabilizarnos de nuestros propios actos y decisiones, pero a pesar de todo, reconforta saber, que en el mejor de los casos, por lo menos con alguna habremos dado en el clavo.

En general, sabemos más bien poco de la vida, de sus ciclos, y de las emociones que toman forma y cuerpo en nosotros.

Familia de leones representando los distintos cuerpos que forman parte de mí.

Ayer salí a pasear por la montaña, escuché el sonido de un disparo, intuyo que apuntando a algún pájaro, que volaba libre entre las copas de los árboles.

Una sucesión de miedo, rabia e impotencia se desencadenaba en mí, como una danza perfecta. A continuación, se me desencajaba la mandíbula y mi mente se teñía de blanco.

¿Esta ira la estoy sintiendo yo? ¿Significa eso que es mía, que vive en mí, que le estoy dando forma? ¿Se puede respirar tranquilo con algo así dentro?

El sonido atroz del disparo, despertó a uno de los cuerpos que con toda probabilidad existen dentro de mi ser. Se desperezó y vino hacia mí.

Vale, respira, me dije. Puede ser que tengas que asumir que esta emoción, por más que te cueste, es feroz y es tuya.

Me negué con la cabeza, probé a respirar más profundo.

Me planteé que podía hacer para calmar mi ira desenfrenada, y en un acto un tanto loco, no se me ocurrió nada mejor que hablarle, como si de un niño se tratase, y preguntarle si estaba enfadada.

Por su gesto, la respuesta era obvia.

Niño enfadado.

Yo también lo estoy, le dije. Me he asustado, me dan miedo los disparos, no me gusta su sonido, ni su intención. Y ya puestos, debo confesarte, que tampoco me ha gustado saber de ti.

Impresionas bastante más de cerca, tus colmillos me aterran tanto como ese impacto.

Siento que ese zumbido te haya despertado. No podemos hacer nada. Si quieres probamos a sentarnos y charlar un rato hasta que nos apacigüemos de nuevo.

Sólo con decirle eso parece que se calmó. Tal vez sólo quería ponerme alerta, llamar mi atención, hacerme saber que todavía hay demasiadas cosas que debo aprender a gestionar.

La seguí mirando, y observé como su boca y su cuerpo se cerraban hasta parecer un bicho de bola, y poco a poco descendió a su lugar de origen. Se acomodó en su recoveco, y yo encajé mi mandíbula y di la danza por finalizada.

La ira calmada representada por un león que vuelve a su lugar.

Probé a dar un paso y después otro. Parecía que ya había pasado, así que seguí caminando.

Observando los pájaros que volaban en libertad, asumí que por el camino iría conociendo a otras criaturas que viven en mí. Con ellas tendría que lidiar para tomar nuevas decisiones de hoy, esperando que fuesen acertadas para mañana.

Por ahora puedo decir, que la resolución de parar a hablar con mi propia rabia, aunque no sé si a nivel de cordura me deja en buen lugar, no me fue del todo mal.

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