La luz de un sueño
La mayor parte de los pisos de ese bloque, en invierno, mantienen sus persianas bajadas. Imagino que es de noche cuando salen de sus casas y también cuando vuelven, por lo que no le ven el sentido a estar subiéndolas y bajándolas si no van a estar allí en las horas de luz. Pero el que a mí me llama la atención, es uno en el que siempre están subidas. Parece que esté vacío, pero siempre hay alguien habitándolo. Es la luz de un sueño.
Varias veces al día paso por delante, porque desde mi casa todo queda en esa dirección. Voy por la acera de enfrente. De día es ahí donde toca el sol, y de noche, cual agente de espionaje, me da mayor perspectiva para ver si hay algún movimiento en el interior.
Nada parece estar aconteciendo, en cambio, fijando la vista y entrecerrando los ojos, se puede ver a una persona sentada en un escritorio frente a un ordenador. Cuando empieza a caer la tarde, primero, se enciende la luz de una vela, después se añade el foco de un flexo, y finalmente, es la lámpara la que acaba iluminando la habitación. Las tardes son frías, así que todo ello, a su vez, es iluminado por una luz anaranjada que proviene de la placa inferior de la estufa. Mientras tanto, el resto de estancias siguen oscuras.
De vez en cuando da pequeños viajes a la cocina, al baño, o recorriendo el corto pasillo de su casa. Tiene el pelo corto, moreno, con barba, y gafas que le protegen de la luz azul de la pantalla en la que continuamente se fijan sus ojos. Me pregunto qué verá la pantalla en su mirada ante una imagen tan solitaria y a la vez tan abarrotada de entusiasmo y dedicación.
Me invade el misterio, querría picarle a la puerta y autoinvitarme a pasar. Preguntarle qué ocupa todas esas horas; qué puede ser tan importante como para entregarse un día y otro día sin apenas salir a la calle. Decirle, si tuviera unos minutos para dedicarme, que soy incapaz de pasar por delante sin dirigir mi mirada ahí adentro y saber si sigue sentado. Quiero entrar a formar parte de esa escena que me resulta tan atrayente y fascinante. Porque no me cabe duda, tras esa ventana en la que me entrometo, hay una vida cargada de confianza. Horas de dedicación que inequívocamente, tienen que estar destinadas a la consecución de un sueño.
Sospecho que en ese hombre habita una intuición que le empuja hacia adelante, y que es más fuerte que el miedo que le echa atrás. A él lo logra mantener a raya. Como un sueño en el que te persiguen y al fin logras levantar los pies del suelo para acelerar el paso. Como una madre que coge la mano de su hijo en un paso de peatones para que no pase antes de mirar a los lados. Así agarra él al miedo, para que no se le adelante. Sea lo que sea lo que está haciendo, es algo que quiere tanto, que está convencido de que ningún esfuerzo es suficiente.
Vive en el sueño sabiendo que se dirige a él y, a decir verdad, de saber la altura que alcanzará la felicidad de su alma una vez lo haya logrado, creerá que podría haberle destinado incluso más tiempo. El sueño no se cumplirá solo ese día, sino todos los días que lo recuerde.
Mientras eso llega, hoy ya ha caído la noche. Se levanta, apaga la luz de la habitación, enciende la del comedor a su paso, y seguidamente la de la cocina. Busca en la nevera algo para cenar, y baja todas las persianas.
Mañana, todavía de noche, las volverá a subir, encenderá el flexo, y pasará a la luz de la vela cuando el día empiece a amanecer, y de nuevo se encienda la luz de su sueño.