Un nuevo viaje
Pronto colocaré una nueva guía en esa estantería que ahora observo con cierto nerviosismo. Ahí están todas las guías de los viajes que he hecho, con alguna foto, postal, billete de tren o ticket de almuerzo entre sus páginas.
Hace tiempo que no viajo, pero cada vez que miro el estante reviven instantes de esos lugares.
Algunos han sido revolución, otros descubrimiento, calma, amor, belleza, magnitud, desorden, silencio, contemplación. Otros, simplemente, necesidad de huir de una rutina y de unas prisas que no son propias de esta vida. Necesidad de acabar con los horarios, con las tensiones, y con los tejes y manejes en que a veces se convierten las relaciones, los días, las semanas. Los acuerdos conmigo misma y con los sucesos de la vida.
Hubo un tiempo en que todo finalizaba en un viaje, un respiro para empezar de nuevo.
Hubo un tiempo, antes de que entre nosotros llegara el viaje final.
Nuestro viaje no está en ninguna guía. En ningún ejemplar se explica cómo nos sentábamos en cualquier lugar a ver como anochecía afuera, ni de qué modo al final también oscureció aquí adentro.
No se describe cómo después aprendí a llenar el silencio con mi propia voz y los espacios con mi propio cuerpo. Cómo, para que no faltaras, guardé los abrigos y los suéters que nunca te ponías.
Nadie explica que siempre tenías calor mientras a mí se me calaba el frío y se me arrapaba a la espalda y a cada rincón de mi cuerpo. Que siempre andabas despacio mientras yo corría para llegar a un resguardo más allá de tus brazos.
No se cuenta que teníamos esas y muchas otras diferencias, pero que con ellas hicimos un ovillo y las transformamos en iguales, en lo mismo, en semejanzas.
Que teníamos un tesoro entre las manos y una vida entre nosotros, pero como un día el viaje empezó, otro terminó.
Ha pasado tiempo hasta que se han aireado los abrigos y gastado los suéters.
Ahora apenas viajo, pero bajo caminando al pueblo todas las tardes.
No es la aventura más apasionante, pero me apunto en una lista cosas para hacer y para comprar, aunque a veces realmente no las necesito. Esas anotaciones me dan el permiso y el justificante para salir a diario. Y ya puestos, aprovecho para tomar un café y hacer más amena la tarde.
Tengo un paseo que ando lentamente observando todo lo que sucede alrededor, porque estoy aprendiendo a vivir más despacio. A contemplar y a saberme útil a su vez. Porque ya no quiero llevarlo todo hacia adelante, sino más bien frenar y dejarme llevar.
A veces tengo esa cosa. Ese necesitar ocupar todo el tiempo para sentirme merecedora de esta vida que en ocasiones me parece demasiado y en otras demasiado poco. Sí, hay días que caigo en la arrogancia de pensar que esta vida podría ser más excitante.
Pero luego bajo al pueblo, y en el paseo me doy cuenta de que todo está en el aire y todo significa todo.
Ya en el centro, he ido a una cafetería que también es librería y que me parece lo más, y me he ido a la sección de viajes.
He repasado todas las guías, y me he quedado con una de Roma en la mano. Pensando.
La dejo en el estante, fue el viaje que nos quedó pendiente.
Me siento a tomar el café, pero ya nada me saca ese pálpito conmovido del corazón.
Pago el café, pago la guía y vuelvo a casa.
Quizá sea el momento de hacer fuegos artificiales de lo cotidiano. Quizá no sepa muy bien cómo tejer los días para que el trabajo final quede resultón. Ya no para enmarcar, pero sí al menos para mirarlo y sonreír por el tiempo que he pasado tejiéndolo.
Quizá sea momento de hacer un suspiro de la melancolía, de despuntar los colores y despertar la alegría.
Me miro las guías de los lugares a los que ya no volveré contigo. Me preparo para emprender un nuevo viaje. Para comer helado, cenar pizza y pasear viendo italianos y guiris con sombrero que, como yo, pareceremos salir de una película para adentrarnos en una nueva vida.
Un nuevo viaje, un nuevo final, un nuevo principio.