Una nueva oportunidad
Todo parece ir encaminado hacia una nueva oportunidad. Y es que hoy no les he visto pasar.
Desde hace tiempo, tras esta ventana, les he visto andar de la mano, compartir paraguas, sonreírse las sonrisas y devolverse las miradas.
Hasta hace unas semanas, que han empezado a venirse abajo y a caminar más abatidos, para acabar pasando primero ella y más tarde él.
Quizá él, o acaso ella. Tal vez los dos, han puesto una señal de dirección prohibida al romper la calle en la que ambos tuercen, como si eso, de paso, pudiese hacer quebrar la relación a la que ellos no se atreven a poner final.
A pesar de eso, y aunque en distinto tiempo, la sucesión de pasos les acaba dirigiendo a la misma esquina, haciéndoles incumplir la señal.
Avanzan despacio dejando las huellas de los charcos que pisan, como si fuese el rastro que dejan al pasar, el que en realidad querrían tomar.
En lugar de eso, un día tras otro, siguen girando el mismo cantón. Han dejado de cogerse de la mano y no saben de qué modo manifestar, que también quieren dejar de torcer esa esquina.
Parecen arrastrar una piedra que les impide alargar el paso. Persisten por no atreverse a decir, que deberían arrancar esa y toda señal que les asigne direcciones prohibidas, obligatorias o calles sin salida.
Se lo niegan, pero tienen ganas de ir a ver que hay en la calle de arriba, tal vez en la de abajo. Airearse en avenidas en las que se va y se viene, y otras opciones son posibles.
Ya no tienen ganas de girar el pestillo de la misma puerta. En ese salón ya no hay velas que se enciendan, y la comida se sirve a la mesa con desgana. Se les enfría el plato a la vez que la relación, y ya no saben encender ningún fuego que la entibie.
Hoy no les he visto pasar, se conceden una nueva oportunidad.
Se han dicho que aunque se quiebre lo que les unió, aunque se rompan ellos mismos y se caigan las paredes de esa casa, deben aceptar que su amor ya no es el mismo.
Coinciden en que la ilusión ya no les acompaña, la luz ya no alcanza a alumbrar el salón, y no hay sueño que les sorprenda bajo la manta que todavía se resisten a dejar de compartir.
Intentan calmar su dolor, declarando que no se olvidan ni se descuidan. Se repiten una y mil veces, que lo vivido, aunque pasado, está sentido, está integrado y está habitado.
Aunque les pese como los zapatos al caminar, se merecen esta nueva oportunidad para lograr reconstruir todo eso, que ya sólo aguarda la costumbre.
Ya no les he visto pasar, pero algo me dice que se están secando los charcos de su camino, que irá aligerando el peso de sus zapatos, que con el tiempo sus pasos serán más airosos, más decididos, y más atrevidos.
Ahora salen por otras calles, decoran sus nuevos salones, y se sientan con una taza caliente, que les ayude a templar las manos que se han soltado.
Durante un tiempo andarán con ellas en los bolsillos, pero lo cierto, es que necesitan avivar la esperanza, que despierte todos aquellos sueños que quedaron dormidos.