
Sabía volar

Por ese entonces, todavía no sabía que sabía volar. Me sentaba tras la cristalera de esta cafetería, desde la que se ve uno de los muchos canales de Venecia, y te observaba.
Te veía pasar un día tras otro, mientras tomaba uno de esos capuchinos que no me sentaban bien, pero seguía pidiendo porque me transmitían cierto confort. Pasabas tan suelta, tan ligera, tan tú.
Me preguntaba cuál sería tu destino y qué te llevaría hasta él. Me intrigaba saber qué podía hacerte sentir tan segura como para andar pareciendo dueña de esas calles.
¿Acaso podía existir algo ahí afuera que fuese capaz de mover a alguien con tanta certeza? A mí, que a menudo todo me hacía dudar, me fascinaba la convicción en tus pasos.
Finalmente, aquella tarde dejé de titubear y decidí seguirte cual espía en busca de descubrir qué podía ser lo que despertara tal alegría en ti.
Cómo si la felicidad fuese lo inusual, y no esta nostalgia que sentía al mirarte. A menudo se atravesaba en mi garganta transformándolo todo en lanchas aparcadas, en luces de neón. Esa tristeza se instalaba en mi mirada sin reconocer siquiera sus causas, tan ancladas en el pasado, que incapaz me sabía de descifrarlas.

Me desbordaba intuir tanto presente y tanta vida en ti, así que te seguí una calle y después otra y otra y otra. Tus pies no se detenían. Acortabas las distancias en cada cruce con ese andar ágil y ligero. Avanzaste rápida hasta que empezaste a frenar el paso, quizá por estar ya cerca de tu destino.
Tras un puente paraste y sin verte pude advertir la sonrisa que se dibujaba en tu rostro al verle venir de frente. Su sonrisa reflejada en la tuya iluminaron aquel atardecer que parecía uno más para cualquiera de los que andábamos a vuestro alrededor.

Os vi cogeros de la mano, y cómo si salierais de una vida para adentraros en otra, contemplé lo que a mí me pareció la escena más simple y más verdadera. Las calles, los edificios, las personas no podían hacer más que respetar aquel encuentro que parecía tan inevitable. Nada os impedía ser quien erais ni miraros como lo hacíais. Nada os detenía más allá de vuestros propios cuerpos y así, volando, os perdí de vista.
Conmovida volví a mi mesa a terminar el capuchino que ya hacía rato que se había enfriado. Pagué y salí de ese lugar un tanto aturdida.
No recordaba si había sido capaz ni tan siquiera de revolotear alguna vez ni de deleitarme de ese modo en alguna mirada. Y por supuesto, convencida estaba de que no sabía volar.
Así, con los hombros, con el cuerpo encogido como un armadillo a un paso de saberse presa, sin saber por dónde empezar, me fui a casa con la firme intención de no volver a este lugar.
Pero el tiempo pasa y con él, los propósitos, cómo la vida, cambian, y hoy de nuevo, en la que a mí me parece una vida después, me vuelvo a sentar en esta mesa.
Vine, para de algún modo contarte que lograste despertar en mí unas ganas locas, de saber si podía sentir esa vida tan viva que veía cada tarde en ti y después pude ver en vosotros.
Vine, porque me dieron la oportunidad de encontrar a alguien que me llevó a volar de su mano y debía explicarte que sí se puede. Que sí sabía volar. Porque la tristeza a veces se hizo y se hace eterna, pero otras se encuentra de frente a la alegría, y no puede más que aceptar que tiene ganas de reír, de dejarse llevar, de salir a bailar.

Ya no te veo pasar y no sé si lo seguirás haciendo. De igual modo tampoco sé si perderemos esa habilidad, si al final nuestros cuerpos se harán pesados como para resistir el vuelo. No sé si seguirás mirándole como lo hacías, soñando de su mano, decorando estas calles cómo nadie más podía hacerlo. No lo sé, pero si no es así, sabemos que un día supimos vivir volando.
Vine, porque antes de salir a bailar esas calles, antes de que la risa me haga olvidar las heridas que algún día han existido, todo aquello que ya doy por perdido, e incluso quizá mis propios sueños, quiero darte las gracias por tu ejemplo. Porque nada fue tan importante como lo era disfrutar el momento y pensar que por siempre se podía vivir así.

2 thoughts on “Sabía volar”
También creo que sabemos volar pero a veces se nos olvida. Gracias!
Gracias a ti Lidia!