
Olor a tí

Vuelvo porque te extraño, porque sin ti la vida se me apaga en las manos. Vuelvo porque aunque lo haya negado mucho tiempo, adoro el olor a jazmín, adoro el olor a ti.
Abro de nuevo la puerta de casa y dejo que mis pasos temblorosos me lleven hasta la habitación donde la ropa quedó tendida. Me siento en la cama y desde allí, con la espalda encorvada, la observo. Recuerdo aquella tarde de invierno cuando entré el tendedero porque la noche era fría y los días cortos, y la humedad caía como lluvia sobre cuerpo desnudo.
Acababas de marcharte. Yo seguí con mis tareas sin saber cuánto iba a detestar aquel maldito suavizante con olor a jazmín, que dejaba la ropa limpia y perfumada, arrastrando y llevándose el olor a ti. Cayó sobre cada prenda como cayó el silencio. Como cayó la oscuridad al paso de los días y en el vacío de tu regreso. Dolió toda tu ausencia, la vida, la luz del sol, la risa, el baile y la música. Dolió cada paso que me alejaba de ese día en que todavía te esperaba de vuelta.
Te aguardé hasta que una mañana descubrí en mí, que la costumbre y la pena resguardada bajo mi abrigo, me habían hecho dejar de esperarte.
Tu cuerpo no iba a venir más a buscarme con un paraguas los días de lluvia, ni con un abrigo los días de viento. Cada noche volvía a casa y me acostaba junto a tu ropa y a su ya inexistente aroma a ti ni a jazmín. Me hice a la almohada, que no a tu espalda; al silencio, que no a tu risa; me hice a la frialdad, que no a tu compañía.

Me hice sobre la nostalgia y día tras día, de un lado a otro, deambulé cabizbaja hasta que cansada de ella y de mí misma, me pregunté si no sería posible otra vida, otro renacer. Otra mañana como hoy en la que vuelvo a casa de día, en la que torno distinta y me encuentro aquí, observando la ropa que ya había dejado de ver. Sin cuerpo, sin forma, con las arrugas marcadas que los hierros, las pinzas y el paso del tiempo han dejado en ella.
Todavía siento la soledad pegada en los riñones, que prudentes e incansables han cargado todo este tiempo con el dolor. Admito que no has vuelto y a pesar de eso y de la venda que cada día me he puesto en los ojos, la vida se pinta a diario. Sé que tú descansas si yo vivo, y yo sonrío si acepto tu marcha transformando el dolor en aire que llena mis pulmones.
Hoy me acuesto del otro lado de la cama, el que siempre fue el mío, cierro los ojos y respiro. Respiro sabiendo que ya no quiero respirar más esta ropa tendida. Me duermo, y aunque ya no tengo costumbre, al despertar me pongo mis botas, mi boina roja y mi abrigo largo, salgo a la floristería del mercado y entre el quiero y el no quiero, finalmente me decido.

Vuelvo con un ramo entre mis manos. Un ramo de jazmines que coloco en el centro de la mesa. Lo miro, lo remiro, y como si quisiera hacer las paces con él, me siento enfrente y cierro los ojos para sentir su olor, para sentir el silencio que hace tiempo que me envuelve pero ni un sólo momento me he detenido a mirar.
Preparo algo caliente que humea a mi lado para que temple el frío de principios de año, dispuesta a permitir que se cuele en mi caparazón. Y es que me hice hierro, me hice armadura el día que te fuiste.
Era un jueves de enero como este y poco imaginaba yo, que Mario no iba a volver.
Me levanto, recojo la ropa, la lavo de nuevo, le quito la humedad y las marcas y la tiendo al sol dejando que el viento desprenda el olor fresco a jazmín. Dejo que se cuele en casa y que salga por el balcón de delante. Que vuelva el aroma a vida y con él, la luz y las oportunidades.
Ya por la tarde, temprano, todavía con el calor del sol, empiezo a coger cada prenda con cuidado. Primero las más grandes y poco a poco las más chicas. Las agrupo sobre la cama y despacio les voy pasando la mano para borrar al fin los pliegues que las marcaban. Las doblo con cuidado y formo una montañita con ellas que agarraré por debajo con las dos manos dejándola reposar sobre mi pecho.
Olvido el tambalear de mis piernas, salgo al jardín mientras observo el viento que sopla fuerte en este día soleado, y dejo que se vaya llevando la ropa. Y con ella la espera, y con ella la pena. Observo cómo se alejan; dejo que su aroma recorra las calles y llegue a ti. Que el olor a jazmín se mezcle de nuevo con tu olor, y forméis de nuevo el mejor aroma del mundo.

Tal vez sí. Tal vez vuelvo para sonreír en paz, para respirar una vida nueva, para tender otras ropas, que aunque distintas, seguirán oliendo a ti.