Miedo a las alturas

Miedo a las alturas

Miedo-a-las-alturas

Aunque ya no tiene miedo a las alturas, durante mucho tiempo tuvo la sensación de que vivía varios escalones por debajo de la línea del suelo, donde se situaban los demás.

Cada día llegaba cansado al trabajo. Cansado de luchar con lo de fuera.

Se consideraba menos que otros, por el mero hecho de sentir algo que creía que ellos no sentían. Batallaba contra ese sentimiento que no sabía definir, pero que palpaba en su interior con total claridad.

Luchaba por llegar al nivel de los demás, pero no estaba a gusto en ningún lugar que no fuese su propia casa. Rehuía de todo aquello que le expusiera a mostrar su interior, y en cuanto sacaba la cabeza, ya estaba deseando esconderla de nuevo, volviendo a la casilla de salida.

Sacando-la-cabeza-sin-Miedo-a-las-alturas

Se decía a él mismo que eso que sentía era la famosa y constante falta de autoestima, pero en realidad era miedo a las alturas.

Todo lo que hacía andaba con inferioridad y era digno de ser escondido. Guardaba su vida en una cápsula situada entre el estómago y el pecho, desde la que creía poder sobrevivir.

No se sentía válido, y eso le llevaba a creer que lo que hacía no era valioso.

Se movía de una casilla a otra. Intentaba caer en alguna con efecto trampolín, que le permitiera saltar y ponerse al nivel del suelo, pero por más que cambiaba de caseta, siempre estaba en el mismo juego, apostando al mismo número y siguiendo fiel a las mismas reglas.

Guardaba máxima concentración. Requería de equilibrio, de control, de seguir honrando los pasos de la línea que marcaban y definían el juego.

Manteniendo-el-equilibrio

De repente, le dieron un empujón que no vio venir. Perdió el mando. Quedó con un pie en el aire. Necesitó del control de todo el cuerpo y el movimiento de los brazos para no caer. Consiguió volver, pero casi lograban hacerle caer…

Más adelante recibió otro codazo, y no sabía qué pasaba, pero cada vez le daban con más firmeza, y cada día le costaba más abstraerse de los estímulos del exterior.

Pendiente de los golpes, le costaba mantener la concentración. No quería dejar libre ante el peligro a su juego, pero a su vez debía salir a defender sus reglas.

Y lo hizo. salió. Y una vez fuera vio que allí no había nadie. Nadie le estaba empujando. Los golpes no venían de fuera y tampoco su casa corría peligro. Era su propio juego, perdía contra él mismo.

En el exterior se movían con libertad, nadie venía a molestarle. Tampoco hacía falta, ahora ya, se distraía solo.

Le gustaba pararse a observar todo aquello, y quería ir a ver que se sentía estando allí. Pero para eso tenía que pisar el aire y dejarse llevar. Era demasiado arriesgado para él.

Cada día era más largo el tiempo que dedicaba a mirar afuera. Y por la noche, le entristecía volver a su juego viejo y descolorido.

Durante varias mañanas probó de poner un pie fuera y no pasó nada. Ya no estaba ni en un sitio ni en otro, así que cerró los ojos, se olvidó de su miedo a las alturas y saltó sin mirar.

Saltando-sin-Miedo-a-las-alturas

Ahora está en el aire y todavía no sabe dónde caerá, pero desde ese lugar, ve todo lo que había fuera y no había visto jamás.

Se da cuenta de que lo estaba sacrificando absolutamente todo por mantenerse fiel a su juego.

Ya no le quedaban fichas ni jugadores más allá de la cápsula que le pesaba entre el pecho y el estómago, obligándole a caminar por debajo de su propia expresión.

Se cansó de luchar con lo de fuera, mientras el miedo estaba dentro.

Se cansó de sobrevivir, y quiso empezar a vivir.

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