Huele a todos

Huele a todos

Huele-a-todos

Es domingo, y como todos los domingos huele a paella, huele a todos. Huele a todos, aunque ya no estén, y huele a siempre, aunque ya no sea siempre.

Ve el patio de su casa a través de la ventana de la cocina, donde todavía están colgados los banderines de la celebración del último cumpleaños de su padre.

Todavía es fiesta en el jardín. Todavía puede dejarse llevar por la música, por el murmullo de cuando estaban todos.

Las cámaras de fotos todavía se afanan en capturar imágenes de cada uno de los instantes, con la misión de hacerlos perdurar cuando el tiempo los haga pasado, como está haciendo ya.

Banderines

Hoy que vuelven a estar casi todos, no se atreve a preguntar si debiera quitar esos banderines. Las voces y las risas de los presentes le suenan a lejanas, inmiscuido como está, en sus recuerdos y en su duda. Inmiscuido como está, en su añoranza, que todo lo tiñe.

Se los mira y algo le dice que tal vez ha llegado el momento. Solo se trata de unos banderines, pero para él es arrancar sin piedad los recuerdos del último cumpleaños de su padre.

La paella está lista, y por un momento el humo que desprende parece que vaya a coger cuerpo y a dar vida a las imágenes de las fotografías haciéndolas sobrevivir de nuevo.

En la mesa los platos van y vienen, caen las manchas de vino en el tapete, las palabras, las risas, las migas de pan en el plato, las servilletas se van transformando en ovillos, las mejillas cada vez más sonrojadas, los azucarillos se disuelven, las sillas que se van distanciando de la mesa, las voces que se van alejando, los pasos que se van despidiendo.

Se queda solo y se decide a salir al jardín. Va en busca de la escalera y de unas tijeras, y como si podase su dolor, como si el viento arrancase las hojas de los árboles, los banderines van cayendo.

Hojas-de-otoño

Corta el último, guarda las tijeras en el bolsillo y baja la escalera peldaño a peldaño, tranquilo, sin prisa.

Recoge los banderines uniendo una punta con otra y plegándolos como un acordeón perfecto. Se los lleva a un cajón y los guarda en una caja hasta llegar la madrugada, cuando cansado de no lograr conciliar el sueño, se levantará de nuevo a deshacerse de ellos. A despedirse de esas banderolas como si fuesen parte de él. A agradecerles la alegría con que han decorado la fiesta y el jardín.

Llega el próximo domingo y nadie nombra nada de los banderines, pero todos sienten que algo descansa. El olor a paella trae recuerdos que no pesan. Recuerdos que han logrado ser guardados en paz. La misma que sienten ahora al mirarlos.

Flores-Huele-a-todos

Hoy sí, padre e hijo estarán presentes en la comida. Con el agradecimiento como despedida. Como el que se va y se queda, hoy huele a todos.

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