
Destino París

Ha puesto las manzanas y los mangos al sol a ver si el calor consigue madurar la fruta que no hay quien se coma. Ya que está, se ha sentado hasta decidir si comprar o no un billete destino París.
En un impulso y antes de que la fruta haya madurado, ya está sentada con todas sus buenas expectativas en el lado de la ventanilla. Siente ese aleteo en el estómago que podría hacerla volar.
Ha llegado por los pelos. Se ha entretenido en la librería de la estación y cuando se ha querido dar cuenta, quedaban pocos minutos para la salida del tren y aún estaba en la cola para pagar. Ha corrido toda la estación y ha bajado las escaleras mecánicas apresurada y con las ruedas de la maleta picando estrepitosamente a cada escalón, a la vez que llegaba su tren destino París.
Durante el trayecto ha comido, escrito, llamado, mirado por la ventanilla, soñado… Ha tenido tiempo de todo menos de abrir el libro que casi le hace perder el tren.
No sabe francés, pero ha chapurreado su inglés para entenderse con el recepcionista que le ha indicado su número de habitación.
Ha encendido todas las luces y abierto todos los armarios que nunca llena porque no deshace la maleta. Se ha cambiado de ropa, se ha puesto perfume, se ha maquillado sobre maquillado y se ha sonreído en el espejo antes de salir a pasear por la ciudad.
Ya cansada de caminar ha parado a tomarse un café y a comprar un bocadillo que comerá en la habitación para cenar.
La alegría y las expectativas se le vendrán un poco abajo ante su pobre cena sobre el colchón y la minúscula tele emitiendo canales franceses, mientras fuera ve la luna brillar.

Apaga las luces temprano, tanto como se levantará con la intención de pasear todas las calles, probar cada una de las terrazas, no descuidarse ninguna tienda bonita y visitar algún que otro museo.
Como ayer, como los tres días que lleva en París, la motivación de la mañana empezará por las nubes para ir disminuyendo a medida que avanzan las agujas del reloj. También las horas que no habla con nadie, las calles que no sabe cuántas veces ha recorrido ya, el libro que cada vez pesa más, y las ocasiones que se ha tenido que esforzar por hacerse entender.
Después empezará a decaer a media tarde cuando su cuerpo, ya para el arrastre, se una con el “no tener ganas de más”, y acabe, como todas las noches, cenando cualquier cosa mientras ve debates en francés. No los entiende, pero la distraen de las voces y los ruidos de la escalera impactando contra el silencio que habita sobre su colchón.
Ha perdido el número de cafés que ha tomado ya, así que no le viene de uno y se sienta a por el último del día. A por el último de la última tarde en su destino París. No quiere aceptarlo, pero ya tiene ganas de volver.
Está sentada en el interior de la cafetería, ya con las expectativas de su viaje por debajo de la media.
Se le acerca un chico al que no logra entender, y antes de marcharse, le deja una lámina boca abajo sobre la mesa. Espera a que se haya alejado para darle la vuelta, y se ve desde fuera dibujada en esa ilustración. De lado, con una taza enfrente, las piernas cruzadas y una revista entre las manos.
Hay apuntado un nombre y un apellido que no tardará en buscar para descubrir de quién se trata. Se llama Alexandre, es pintor, tiene una parada en Montmartre y también vende cuadros a través de una página web donde encuentra un correo electrónico.

Abandona el local con el pulso acelerado. Se va a toda prisa hacia el hotel sin atreverse a levantar la vista del suelo por si se lo encuentra en cualquier esquina.
En la habitación se calma mientras cena su ya habitual bocadillo para llevar. Enfrente, la lista de restaurantes que llevaba anotados para ir a probar y que no ha pisado todavía.
No sabe si hacerlo, pero ha venido a la aventura, y nada más que eso se acerca a algo emocionante, después de sus tardes de venirse abajo.
En diez minutos se ilumina el móvil. Ha entrado un correo con una única pregunta: «¿Tomamos mañana un té?».
Tras sonrojarse contestará con otra pregunta: «¿Te importa que sea un café?».
Haciendo malabares entre su inglés chapurreado que nunca encuentra el momento de estudiar, y su español balbuceado, parece que se entienden.
Mientras habla, ella ha dejado de esforzarse por entenderle. Su mente se ha distraído para concluir, sin mucha precisión, que puede ser que le parezca el chico más guapo con el que se ha cruzado estos días. Solo le mira. Le mira y piensa en su billete de vuelta con fecha de mañana a las doce del mediodía.

Al despedirse le propone verse mañana a la misma hora, y ella, con una sonrisa que enmascare las dudas de su mente sobre si decirle la verdad, lo que finalmente pronuncia, es un sí.
Un sí que la hace levantarse mañana tras pocas horas de sueño y un narrador en su mente que le recuerda que debe recoger sus cosas.
Obedece con desgana, y esta vez, en la estación, no hay libro ni cola que le haga perder el tren.
Desde el asiento en el que se encuentra tras la ventanilla, sin ganas de volar, le escribirá para informarle de su vuelta.
Cierra la puerta de casa, deja la maleta en la entrada y se sienta a comer un mango pasado.
Saca el libro que ha cargado todo el viaje en el bolso y casi le hace perder el tren destino París. Lo vuelve a cerrar, no le interesa lo más mínimo. Lo único que le sigue atrayendo de ese libro es que pudo hacerle perder el tren y no lo logró. Es que le hizo correr tras un instante que se le escapaba sin ser vivido. Que le sirvió para anotar un correo electrónico bajo el prólogo.
Le interesa que cuando las tardes se apagaban por el cansancio de cargarlo a todas partes por tener algo que mirar, si en algún momento no quería mirarse más, una lámina las encendió de nuevo.
Ya no es que el libro no le interese, es que aún no está escrito. Esas palabras no son las suyas. Su libro empieza donde la vida palpita y ese pálpito es un tren destino París. Lo sabe. Su libro empieza donde las expectativas caen y lo que emerge es la propia vida.

Antes de salir, mira el libro que deja en el sofá, y le dice que se va a vivir cada instante, a cenar a todos los restaurantes de la ciudad, a pasear bajo todas las lunas en compañía del chico más guapo de París.
Le dice que aquí empieza su libro. Lo sabe, se sabe.