El quiosco

El quiosco

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Siente que se destiñe su vida, como también lo hacen las portadas de las revistas que expone en el quiosco. Esperan llegar a alguna sala de estar, a la compañía de un té, a amenizar un trayecto de tren a algún viajero solitario. Desean ser libres y ojeadas. Dar vida a los bancos de la rambla, distraer las esperas en los aeropuertos, arropar un domingo por la mañana a quien ha madrugado en exceso.

Esperan divulgar, viajar y conocer a sus lectores, pero por demasiados días siguen intactas en sus estantes. Permanecen tras el cristal del aparador. Los rayos de sol se encargan de absorber la intensidad de los colores que componen fotografías y titulares, de la cabecera de los magacines.

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Con la indecisión y la tristeza rebotando de un lado a otro de su cabeza, ha decidido cerrar la persiana por última vez. Su velero ya hace tiempo que pasó a ser balsa en una charca de agua, a la que cada día, se le evapora una gotita más.

Siente que no puede alargar más este insomnio. Que se volatilizan las opciones de salir a flote. Lamenta creer que ya no hay esperanza que pinte los días. No le salen los números, no hay manera de llegar a mediados de mes. No hay forma de mantener el quiosco en pie.

Se le atraviesa la decepción en la garganta. Por él mismo, por los demás. Qué sabe y qué más da. Hay tantas cosas que todavía desconoce…

No sabe cuánto echará en falta subir esa persiana todas las mañanas. No sabe que la precariedad puede ser aún más cruda. Que las oportunidades no siempre llegan cuando uno más parece necesitarlas. Desconoce que cada día saldrá al balcón al levantarse, y se parará a mirar con recelo y con una taza entre las manos, la gente que sale apresurada de casa, para ir a sus puestos de trabajo.

Todavía no sabe cuántas horas puede tener un día, ni de cuántas ofertas de trabajo puede ser descartado diez minutos después de haberse apuntado. No sabe que la edad ni la experiencia importan tanto. Ni cuánto más le podía gustar traspasar el entretenimiento, los cuchicheos, los trucos y las recetas de esas revistas, a quien paseaba por allí.

Tras bajar la persiana con lágrimas en los ojos, le espera su mujer al otro lado de la acera.

El-quiosco-con-cartel-de-cerrado

Ha venido a acompañarle porque ella sabe cuánto le costó poner en marcha el quiosco, todas las horas de sueño que se quitó, y cuántas ilusiones cogieron aire y forma al emprender ese negocio. Sabe de todas las anécdotas que le contaba al volver, cuando aquello era continuo movimiento.

Percibe que también se le ha ido apagando el brillo en su mirada, que él siente decepcionarla, que lo último que desea es ser una carga ni depender de los sostenes de los demás. Conoce las horas que ha pasado allí, al otro lado de los rayos del sol, paciente y sereno, esperando cualquier mano que tirase del pomo de esa puerta. Sabe de los días oscuros que se han alargado sin luz al final.

Muy probablemente hoy sea uno de ellos. De esos que se marcan en el calendario de la memoria, esos que cuando se encienden al recordarlos prenden la llama del coraje y la melancolía. Hoy es uno de esos días en que la noche cae más temprano, en que la casa no es la misma, y la cena pincha como clavos en la garganta.

Se cierra la puerta de su etapa en el quiosco, pero con todo lo que él todavía no sabe, y todo lo que ella ya conoce, van a luchar por encontrar el equilibrio que les sustenta. La alegría que a pesar del miedo les mantiene unidos. La tristeza de un final que inevitablemente va a tener que ser otro principio.

Dándose-la-mano

Ahí una vez más van de la mano. Ninguno de los dos sabe de que se trata, pero los dos quieren confiar en que un nuevo inicio ya se está dando.

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