Puerto de montaña

Puerto de montaña

Puerto-de-montaña

Sin apenas darnos cuenta, se separaron los caminos de vida que decidimos andar. Quedamos suspendidos en el aire, unidos por una fina línea de contacto, que se redujo a cuatro palabras de ida y vuelta. Sabíamos, sí, que al otro lado seguía existiendo algo de esa amistad, pero apenas conocíamos ya, si los tiempos nos azotaban o abrazaban. Nosotros que solíamos adentrarnos en cualquier puerto de montaña, rehuyendo de autovías y carreteras convencionales, de pronto nos encontrábamos en una autopista que apenas nos permitía parar.

Solíamos conducir nuestra conversación haciendo autostop cada escasos metros. Entre frases siempre vislumbrábamos algún cartel que nos hacía parar para recoger una nueva información. Algo que quedaba dormido entre palabras pero que llamaba nuestra atención y nos resultaba merecedor de un alto en el camino. Como un mirador de carretera que te invita a detener el coche para observar las vistas que se contemplan desde allí. Nos costaba llegar a puerto, nos faltaban horas.

Nuestras vías estaban llenas de balcones y no nos saltábamos ni uno solo, todos merecían de nuestro interés. Los paisajes eran distintos dependiendo del lugar desde donde los observábamos, y no queríamos perdernos ningún punto de vista.

Nos encontrábamos en un puerto de montaña. La subida se iba empinando y los acantilados cada vez se veían con un poco más de profundidad. En cada parada aumentaba la sensación de vértigo, pero allá íbamos nosotros, al borde del abismo con nuestras cámaras fotográficas, y con la seria intención de captar los detalles de cada rincón.

Saltábamos de un café a otro. De esos de rulot que se plantan en los miradores mientras asombrados nos preguntábamos como accedían ahí cada mañana, costándonos como nos costaba a nosotros llegar con un simple coche urbano que escasamente encajaba en el camino. Sólo rezábamos por no encontrar a nadie de vuelta, que nos obligase a realizar una maniobra arriesgada, de la que no sabríamos muy bien cómo salir.

Esta tarde, tras mucho tiempo, hemos fijado un punto de encuentro y un vehículo que nos acerque de nuevo a esos puertos. Nos ubicamos en una de esas carreteras zigzagueantes que a tramos nos dejan sin aliento, nerviosos por comprobar en que punto se encuentra nuestra amistad y hasta dónde podremos llegar.

Estamos solos, así que por ahora seguimos. Vamos en primera, a lo sumo en segunda cuando entre una curva en subida y la siguiente, parece que el camino aplana ligeramente. Las pausas están cada vez más distanciadas, ya no hay sitio para parar. El ancho de la carretera da justo para adentrar nuestro vehículo, pero seguimos en ella, hemos venido a ascender el collado. No hay pensamiento que nos distraiga de nuestro objetivo. Cada vez cuesta más encontrar los momentos para venir aquí, así que hoy venimos sin reloj. Lo de volver está fuera de nuestra disposición.

La cámara está hasta los topes de su capacidad, quizá nos da para tres o cuatros fotografías más. Las reservamos para la llegada. Vemos cerca el final, prácticamente a nuestra altura, queda un trecho pequeño para llegar. Vamos parando el motor y bajamos del coche. Andamos a pie los escasos metros que nos separan de la cima.

Un vistazo al horizonte, un dejarse impresionar por la grandiosidad y una foto panorámica del puerto de montaña que acabamos de ascender, para comprobar que el motor sigue funcionando, que seguimos situados, y que podemos seguir llegando juntos al mismo lugar. Un vistazo para confirmar que nada ha cambiado entre nosotros.

El camino sigue idéntico a pesar del tiempo que nos distanciamos. Bajamos con la sensación de no haber dejado de circular el mismo vehículo, cuando por un momento casi nos dejamos creer que no sólo habíamos cambiado de medio de transporte y de carretera, sino que además estábamos en países opuestos, en mundos lejanos, y en imágenes borrosas y desconocidas.

Amigos-brindando

Respiramos tranquilos envueltos por el afecto y la confianza que nos sigue uniendo. A pesar de los trechos, del tiempo ni de la etapa de vida que transitamos, nuestra amistad sigue intacta. Nos seguimos viendo, nos seguimos escuchando y nos seguimos encontrando. Seguimos siendo los mejores compañeros de viaje.

Tiendas-de-campaña-a-lo-alto-del-puerto-de-montaña

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *