
Golosinas

De pequeña, nunca se conformaba si no salía de casa con unas monedas en el bolsillo que le permitiesen pasar por la tienda de golosinas. Las había de todas las formas, colores y grados de azúcar que puedas imaginar, pero ella siempre compraba tiras de regaliz. De esas que escasamente tenían espacio en la caja donde se exponían.
Hoy sus días son como entrar en esa tienda de golosinas. Caramelos, chicles, gomas… En fin, que como todos, tiene días de todo tipo. Algunos se deshacen en las manos, otros, como una goma de masticar, le resultan imposibles de digerir.
Hay momentos en los que no se inspira, en los que el chicle se le atraviesa. Días que como una regaliz le parecen una línea recta donde nada comienza ni termina, y días en que la misma regaliz se hace espiral y se queda girando en su propia rueda.
Pero también hay otros días… Esos en que baja de la noria, y en cuanto pone los pies en el suelo, el cuerpo empieza a digerir el mareo, y a su vez siente desperezarse la ligereza y la felicidad. Es entonces cuando puede ver la belleza en todo lo que mira. Cuando podría enamorarse de cualquier persona que le pasa por al lado, cuando encuentra la hermosura en todas las miradas, en todos los colores, y en todos los sabores.

Es cuando pone los pies en el suelo que le toca, como una barita mágica, la belleza de esas personas que despliegan su luz y su alegría. Gente grande como la vida, que le amplían la mirada, y hacen extraordinario el mundo y bonito lo que miran.
Increíblemente no parecen cansarse de poner música en el horizonte. Tienen el don de no hacer sólo bella la alegría, también hacen bonitas las piezas más tristes. Son seres especiales que a ella le hacen sentir que siempre le dejan lo mejor.

No se cree tan valiosa de merecer todo eso, pero ellos no lo conciben de igual modo. Si afirma que hacen brillar el sol tras la mañana más encapotada se queda infinitamente corta, ni a un cuarto de camino de lo que es en realidad.
Sentirles cerca es dejar que el alma se eleve hasta casi perderla de vista y ver como vuela ligera y libre, hasta no querer volver para no ser anudada de nuevo.
Y es que hoy, hace de su alma lo que solía hacer cuando compraba las tiras más largas de regaliz. Hace nudos con ella.
De pequeña utilizaba las golosinas para hacer lazos de todo tipo. Le gustaban esos juegos de atar y desatar nudos de lo más complejos, y por esas cosas de la vida, resulta que hay días en que no es capaz de desanudar su alma cuando se encuentra liada entre los cables de su noria.
Ahí es cuando vuelve a la tienda de golosinas, compra su regaliz, la anuda y mira detenidamente el movimiento que llevan a cabo sus propias manos para deshacer el nudo. Lo tiene tan mecanizado, que sólo ha tenido que parar un momento para comprender, que si toda esa gente la cree merecedora de esa alegría, ella no debe más que corresponder con la suya propia.
Es un simple movimiento compensatorio. Como el de esa noria que gira de nuevo para distribuir su luz y su belleza.
Su belleza entre belleza.
