Si vas a marcharte, por favor, avísame antes para que pueda abrir las compuertas. Hay una niña en mí que sufre cada despedida, que llora cada vez que te marchas, que ya siente el dolor.

Vivió una pérdida que no esperaba, y desde esa fecha, está alerta día y noche por si te vas y no vuelves.

Te parecerá irracional, pero a veces incluso sufro en mis acciones temiendo decepcionarte, por si lo que hago te disgusta o desilusiona. Por si esa pudiese ser la causa de tu partida.

Probablemente te resultará exagerado, y entiendo que en ocasiones puedas tener ganas de decirme que ya basta, que no es tan importante lo que hago o digo y menos aún lo que los demás puedan pensar de eso.

Sabes bien que a veces estoy tan contenta que incluso salto de alegría, pero aunque te parezca incomprensible, también verás que cuando se acerca la hora de la separación, se va apagando mi esencia y se me van humedeciendo los ojos.

Puede aparentar que estoy dramatizando el momento e incluso que me estoy poniendo en modo víctima, y en cierta forma lo es. Ahí soy de nuevo esa niña a la que una vez más se le abre su herida de infancia y todavía no comprende y no sabe cómo decirte que tiene miedo.

Miedo de quedarse sola, de echarte tanto de menos. De sentir ese vacío, de llenarlo de desconsuelo. Miedo de perder tus abrazos, de no ser importante para ti. De la oscuridad y de no saber salir de ella.

Cuando veas que me pierdo, que huyo, que me defiendo, probablemente estaré sintiendo ese arañazo en el alma.

Si vas a marcharte, dímelo de palabra, déjame una nota, hazlo del modo que resulte más sencillo para ti. Entiendo que tal vez necesites hacerlo o que sea inevitable es este momento. No voy a intentar retenerte, sólo te pido, si es posible, que te despidas de mí.

Por si vas a marcharte te digo que te he disfrutado, te he sentido, te he querido. Por si no hay aviso, por si me falta tiempo, por si no queda dicho.

Si vas a marcharte, me hago cargo.