Soltar

Soltar

Soltar-la-falda

Piensa, indecisa como de costumbre. Busca la manera de coger un camino sin dejar otro atrás. La unión no le encaja y algo le dice que no es posible, pero lo intenta, resistiéndose a soltar, a abandonar lo que la trajo hasta aquí.

Tal vez haya una manera de andar más resuelta por la vida, pero ella, huidiza, se resguarda. Del frío que tiñe las calles de invierno y la humedad que cala hasta sus huesos, del peligro de una mirada que aunque pudiera ser inocente cree controvertida, de los gritos que la sobresaltan sin respetar su silencio.

Se aferra a la falda de todos los disfraces de princesa que vistió, cuando creía que esos vestidos la harían volar, la mudarían en la piel de alguien especial.

Es dulce, de piel sonrosada, de sensibilidad desmesurada que a veces la lleva a espacios donde esa emoción se desborda. Donde todo se tiñe de nubes suaves y su cuerpo se volatiliza, volviéndose presa de cualquier recuerdo que la haga sentir el abrazo en la ventisca y la quietud en el zarandeo.

Nubes

Hoy se deja arropar por ese recuerdo. Cuando armaba su propio bastión y se engalanaba con sus vestidos. Aquellos años en que todavía creía que la vida era cuento y el cuento era sonrosado como su piel. Caminaba por él despacio, con una vela entre las manos, para evitar que los movimientos rápidos sofocasen la luz de la candela.

Pero ya hace mucho tiempo que ha dejado de esperar a príncipes que la salven de dragones y ha abandonado su castillo. Ha aprendido a hacerse fuerte por ella misma cuando es necesario. Cuando queda desprotegida y su cuerpo tiembla rodeado de vacío.

Tiene poco tiempo para quedarse en el recuerdo. Le cuesta, le pesa, pero se quita el vestido y los zapatos de tacón en los que apenas le entra el pie y con los que casi no puede caminar. Los que tanto le hacían creer que le permitían sacar la cabeza y ser vista entre los demás.

Desde el lugar donde está sentada e inmiscuida en su fábula, gira la cabeza para mirar el camino del que procede, y de nuevo la vuelve al frente. No puede volver y unir los caminos no es posible. Si quiere avanzar debe soltar, dejar algo atrás. Despedirse de aquello que quedó en el pasado y lastima en exceso.

Agarra su falda, y sin hacer ruido se pone en pie. Le duele dejar parte de su equipaje, le sobrecoge saber que hay cosas que no van a volver, pero la emoción que ahora siente la convierte en un ser más firme de lo que cualquiera pudiera imaginar.

Ese es su castillo y es su corona. La vela que la guiaba en su bastión se apagó porque ahora la luz es la fortaleza que está en su interior. El lugar donde vuelve cuando siente que necesita respirar, coger aire, recargarse de esa fuerza que la hace libre.

Libre de su introspección, de su propia indecisión y de ella misma. Libre para avanzar con la condición de dejar algo atrás, con el requisito de soltar el tul de su falda.

Soltar-una-flor-que-se-abre

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